viernes, 18 de enero de 2008

Parábolas de borrachos, dulces parábolas de borrachos

Se alejó un poco del mundo, se depsidió de sus amigos, casi todos pulgas y otros bichos de callejón. Se disparó Perro Mimo lo más lejos de aquí. Pero pronto regresó, solo, sólo regresó. Escuchó en la calle su nombre algunas veces, cuando algo de su rencor por el mundo fue impreso en un periódico local. Caminaba orgulloso, con el lomo mal peinado, con la sonrisa escondida, cuando vio a una conocida, compañera de celda en esa univesidad desaparecida. Un saludo y una olfateada hicieron falta para reconocerse, para quedar deslumbrado otra vez por esos faros verdes metidos en su cara. Una comida. ¿Sí?. El miércoles. Ahí estaré. El can estaba decidido antes de ir a enterrar el hueso en la orilla del Parque de la Plata: Voy a ir a esa comida, me dijo el martes en la mañana, y me aclaró: A ti Emiliano no te invito porque siempre te aburres con la gente. Fue solo el chuco desilachado, se puso su mejor traje de enfermo infeccioso para recordar viejos tiempos. Buena comida, buena bebida, brindis por la nueva Maestra en Cualquier Cosa. Salud por Marquesita, se merece un nuevo título, se merece que sus antiguos compañeros de celda nos bebamos su tequila, sus cervezas y su whisky. Amores, recuerdos, grilla política, desilusiones, falsas promesas, gruñidos y remedos de risas: todo volvió a ser como antes por un momento, pero ella no, Seli no podía dejar de ver a sus dos hijas, y el Perro M. gritando y queriendo impresionar, como siempre. Seli se veía sola entre ellos, a pesar de que nunca ha estado más acompañada: viene la tercera o el tercero, y todo cambia ahora, cuando el can canoso llega al baño, afortunadamente, y su estómago desprecia una y otra vez lo ingerido, pero jamás el placer de irse cada vez más lejos.

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