martes, 27 de noviembre de 2007

Un domingo en la plaza

El último domingo de noviembre tuvo una noche clásica del norte, mujeres bellas paseando su hermosura con orgullo por el centro, deslumbrando a los güeritos y a los locales con sus miradas lascivas y sus abrigos hasta las rodillas. Antes del atardecer Perro Mimo se despertó sobresaltado, como si acabará de quedarse dormido en una pesadilla constante: escuchó el inconfundible tono de la emperatriz del pueblo. La elocuente gobernadora avivó la profunda decepción de Perro Mimo al despertar cada tarde, no pudo más que rascarse la oreja y salir lo más ráìdo posible de la Plaza de la Caja, donde un grupo de feministas acompañaban a la reina de la colmena con sus risas y sus "buenas" intenciones. Llegó el can cansado a la Plaza de Armas. Donde la sustancia de la noche empezó a cambiar, la tonada de lo obsceno preludió bailes entre humos y licores sobrenaturales. De pronto: una soñadora en su camino, y el cansito le movió el rabo con ganas de sacarle el nombre con la lengua. Jas, le dijo ella cuando salió el primer grito del infierno, justo a un costado de la afamada Catedral. Nada más patético, nada más gracioso, pero también muy inquietante: si doce grupos de rock (punk, metal, hard core, etc.) no le afectan a ninguna autoridad... ¿Un café?, dijo Perro Mimo. Claro, respondió Jas sin mostrar mucho entusiasmo. Se alejaron un poco del deprimente concierto. Al llegar al café y depsués de algunas palabras cordiales, nuestro amigo se dio cuenta que Jas estaba lejos, más lejos que el deseo. Ella se quedó en su mesa habitual del San Patricio, mientras Perro se alejó sobre sus cuatro patas, regresó donde otros bebían sureño (bebida alchólica "con sabor" a agave) con sprite y fumaban productos de la sierra. Al final, un sonido decadente y viejo como el último vocalista congelado. Después, nada, nada más que otro domingo de metal retumbando en las paredes de cantera de nuestra amada catedral.

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